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JUAN PEDRO VERA CAMACHO Y LUIS ÁLVAREZ LENCERO
JUAN PEDRO VERA CAMACHO Y LUIS ÁLVAREZ LENCERO, DOS EXTREMEÑOS DE UN PRÓXIMO PASADO
Por Alejandro García Galán.
Acababa yo de terminar mi servicio militar en Cádiz, enero de 1969, y me trasladé a Guipúzcoa donde mantenía mi trabajo anterior “a la mili”, en la enseñanza. Por aquel entonces ya me había “extremeñizado” con la lectura de todo cuanto caía en mis manos tocante a Extremadura: geografía, arte, arqueología, folclore…, e historia y literatura. Haría en mi un efecto especial la lectura de Extremadura, la tierra en la que nacían los dioses, de Muñoz de San Pedro; y especialmente Extremadura, la fantasía heroica, de Pedro de Lorenzo. Y para estar al día, lo mejor sería pensé, además de leer libros al respecto, era suscribirme al diario HOY de Badajoz, cuando este periódico dedicaba mucho espacio a la cultura en general y a la extremeña en particular. En sus páginas aparecían con frecuencia las plumas de dos buenos periodistas, Francisco Rodríguez Arias y Luis González Willamenot. También los dibujos de un hermano de éste, Alberto.
Por aquellas fechas me interesaba especialmente una sección que dirigía semanalmente el poeta Jesús Delgado Valhondo. Ésta venía encabezada por el título “En Extremadura, quién es quién”, donde Jesús nos daba a conocer a los buenos escritores del momento de nuestra Región; pero donde asimismo aparecían otros nombres del pasado extremeño que también tuvieron gran protagonismo en su tiempo. Esto me producía curiosidad y conocimiento de tantos paisanos de los cuales algunos no conocía ni de oídas. De entre los escritores del momento solía aparecer el nombre de Juan Pedro Vera Camacho (1920). Pronto empecé a interesarme por este nombre particularmente; entre otras curiosidades, por ser natural de un pueblo, Fuenlabrada de los Montes, ubicado próximo al mío, Peñalsordo. Solía escribir cosas en general relacionadas con la zona que a mí me sonaba más o menos por proximidad, y ello me reconfortaba.
Así, empecé por cartearme con algunas de aquellas plumas que aparecían en el diario regional. Ni qué decir que los primeros que despertaron mi curiosidad fueron los que dieron en llamar Tríada del presente: el propio Valhondo, Manuel Pacheco y Luis Álvarez Lencero. Con los tres años más tarde me unió una excelente amistad, muy especialmente con Luis. Entre este carteo desde un primer momento lo hice con Vera Camacho. Realmente resultaba un hombre campechano, directo en el trato y amigo de hacer favores, aún sin conocer su físico personalmente. Nos escribimos en varias ocasiones, mientras me iría enviando recortes del diario referidos a sus trabajos histórico-literarios (entonces no existían aún los medios actuales de la informática). Más tarde yo trasladaría mi residencia a Barcelona donde permanecí 4 años, para recalar definitivamente en 1975 en Madrid. En la ciudad condal había finalizado mi licenciatura en Filología Hispánica, mientras me familiarizaba con el Hogar Extremeño de la Puerta del Ángel, antes de nuestra marcha definitiva hasta Madrid ya casado y con una niña nacida en tierras catalanas, María Palmira. Yo de una manera u otra seguía leyendo el Hoy de Badajoz.
Durante bastante tiempo, en Madrid me centré en temas diferentes a los conocimientos extremeños, pero en 1979 fallece mi esposa. Al morir Pepita, ese mismo año, me acercaría por el Hogar Extremeño de Madrid y, ante la ebullición cultural que allí se respiraba, volvería de nuevo en mí el interés por todo cuanto se relacionase con Extremadura. Y ahora conozco personalmente a Juan Pedro Vera Camacho; porque entre las personas que andaban por el Hogar se encontraba el escritor y periodista de Fuenlabrada de los Montes, lo cual me hizo mucha ilusión conocerlo de cerca. Cuando me presenté a él, rápido recordó de nuestra relación epistolar del pasado y desde entonces mantendríamos una buena amistad personal. Recuerdo que desde que nos conocimos me sorprendió desde un principio su escasa estatura física. Se le veía un hombre menudo, sí; pero pronto me percataría de su exquisito dominio en sus ademanes y comportamiento; se le veía sumamente afable; y siempre con ganas de favorecer y agradar a sus amistades. Lo que diríamos, una gran persona. Casi siempre se le podía ver acompañado de su mujer, Bibiana, “Bibi”.
Era Juan Pedro un hombre que se había forjado a sí mismo. Trabajaba en un Ministerio como funcionario. No estaba en posesión de grandes títulos adquiridos en las facultades; era culto a base de leer mucho por su cuenta y el amor que sentía por el saber. Había conseguido hacerse escritor y periodista por auténtica vocación. Colaboraba desde hacía muchos años en algunos diarios españoles, especialmente en el HOY de Badajoz y en su suplemento dominical de “Seis y Siete”, que pagaba por entonces bien las colaboraciones; y era asiduo igualmente a publicaciones en las dos revistas provinciales por antonomasia que trataban la cultura extremeña del momento: la “Revista de Estudios Extremeños” y sobre todo la revista “Alcántara”. Pero también aparecería su pluma en la revista “Guadalupe” del Real Monasterio. Cuando ya en democracia se les concedió a muchos escritores que habían ejercido de periodistas sin tener la carrera ni el título, él se acogió a esta tramitación y recibió el título de periodista oficial, como harían otros muchos aficionados del pasado que no lo habían conseguido en las escuelas de periodismo.
Ambos vivíamos en Madrid por entonces cerca el uno del otro; él en Carabanchel, yo en Aluche. En algunas ocasiones coincidíamos en los actos culturales del Hogar. Al finalizar éstos regresábamos juntos hacia nuestros domicilios casi siempre acompañados de Bibiana “Bibi”, él no tenía coche y aprovechaba siempre el metro. Cuando coincidíamos en el trayecto hablábamos de nuestras aficiones comunes y de nuestros respectivos pueblos. Recuerdo asimismo que por entonces sus dos hijos, chico y chica, estaban estudiando y el padre estaba obsesionado porque su hijos sacasen sus carreras y verlos colocados. El hijo aprobaría unas oposiciones a Secretario de ayuntamiento colocándose en un pueblo toledano, haciendo muy feliz a su padre.
De Juan Pedro Vera Camacho, me quedan por encima de otros recuerdos, las lecturas de sus artículos como recuerdos de sus colaboraciones en los Coloquios Históricos de Trujillo; así como cuando se convocaba cualquier acto cultural extremeño en la capital de España, e incluso en algunos lugares de Extremadura; era un asiduo. Me quedan por otro lado en la mente los estudios de investigación -era buen lector de documentos y prensa- llevados a cabo y vertidos por su fina pluma cuando hablaba y escribía de la posible muerte de Pedro I de Castilla, “el Cruel o el Justiciero”, en Extremadura, y su relación con Casas de Don Pedro; o bien los estudios sobre la Calabria italiana y la Siberia Extremeña como los otros calabreses y que él defendía. De hecho a veces usaba sinónimos, entre ellos el de “Un calabrés”, haciendo gala de su origen, y el de “Vekam”, primeras letras de sus dos apellidos. Escribió algunos libros con diversos temas. Entre otros, Artistas, científicos y literatos ilustres opinan de Extremadura, La tragedia del yate verde, El hombre que traicionó a Kreig y Los labios sobre la tierra.
Pero entre los recuerdos más vivos que guardo de este pequeño gran hombre que respondía al nombre de Juan Pedro Vera Camacho, dos son los que tengo muy presentes de modo especial porque los dos están relacionados de algún modo conmigo. Ambos tendrían gran repercusión en el futuro para mí; pero también para muchos extremeños del momento en que los vivimos. Y en ambos se encuentra por medio el grandísimo poeta y escultor también extremeño Luis Álvarez Lencero. En el primer caso porque sería el origen de mi relación posterior con el bardo de Juan Pueblo. Así, Luis Álvarez Lencero residía desde hacía años en el pueblo madrileño de Colmenar Viejo. Aquí vivía ejerciendo como funcionario del Estado, ya muy reconocido como poeta y escultor, acababa de fundir su magnífico Vietnam, en hierro frío, que suponía un alegato contra la violencia. Pues, hasta este pueblo serrano un día se presenta Juan Pedro, que conocía bien a Luis, acompañado por otro extremeño de pro, el bibliófilo Antonio Pedrero, para ambos entrevistarse con el artista quien se había enclaustrado en sí mismo, y que se había abandonado en sus relaciones sociales. Entre ambos convencieron a Luis Álvarez Lencero para que se acercase hasta el Hogar Extremeño de Madrid y ofrecer a los socios un recital de sus reconocidos versos. Y lo consiguieron. Yo mismo asistí a este recital y el reconocimiento por el público asistente sería total. Era el mes abril de 1981. Y esta fecha supondría el comienzo de una magnífica relación entre Luis y todo el grupo que por allí se movía desde hacía un tiempo, entre los que me encontraba yo mismo.
Lo cierto es que para mí sería un encuentro muy especial. Luis presentó aquella noche en nuestro Centro su Antología Poética (1980) que algunos meses antes había publicado Universitas Editorial, con prólogo de Manuel Pecellín Lancharro. El acto supondría mi estrecha amistad con el autor de Juan Pueblo, libro que había comprado en 1971 en Badajoz, y del que estaba entusiasmado desde su correspondiente lectura. Era la época de la poesía social en España y Extremadura, y éste representaba fielmente esta tendencia. Pero asimismo había leído antes su obra completa. De este recital saldría el encargo posterior que a propuesta de Antonio Pedrero escribiese yo el prólogo de su nuevo libro: Poemas para hablar con Dios. De este por entonces último, que se publica en otoño de 1982 nos haríamos cargo 11 amigos de Luis residentes en Madrid, entre los que se encontraba el propio Juan Pedro. Dicho esto, nuestra relación con el poeta se iría haciendo bastante fluida desde entonces; hasta su muerte prematura acaecida en Mérida un 10 de junio de 1983, adonde se había trasladado con su compañera María Fe a vivir. A Juan Pedro Vera Camacho, y a Antonio Pedrero, se debió por tanto como interlocutores la relación que desde entonces mantuvimos con la figura muy querida de uno de los grandes poetas que diese Extremadura en la segunda mitad del siglo XX.
El segundo caso al que quiero hacer también referencia, se encuentra asimismo relacionado otra vez con las dos figuras señaladas: Vera Camacho y Álvarez Lencero. Se trata de la muerte del segundo en la fecha ya señalada. Durante el corto tiempo que se mantuvo la pareja viviendo en Mérida, algunos de sus más próximos amigos y colaboradores les hicimos varias visitas que resultarían muy agradables para todos a pesar de que Luis ya estaba herido de muerte. Una de ellas, quizás la más entrañables, fuese la presentación al público de su último libro publicado en diciembre de 1982, Humano. Además, nuestra comunicación telefónica la hacíamos con frecuencia. Pero la enfermedad iba minándole y al final ya no se ponía ni siquiera al teléfono, respondiendo María Fe. Una mañana temprano me llama su compañera, con la que esperaba casarse cuando pudiese -no sé si al final lo hicieron, aunque creo que sí, pues ambos eran muy piadosos- y me comunica la terrible noticia que no queríamos conocer, pero que estaba acechándonos. Luis había fallecido. Era fecha de 10 de junio de 1983; le faltaban sólo dos meses para cumplir los 60 años de vida.
Rápidamente me pongo en contacto telefónico con el grupo de amigos extremeños para comunicarles la mala noticia y pronto comenzamos a preparar una partida hacia la capital autonómica. Y decidimos partir inmediatamente en el coche del entonces presidente del Hogar Extremeño, Nemesio E. Montero Monago. En el mismo íbamos, aparte de Montero, el sacerdote Diego Blázquez, Juan Pedro Vera Camacho y yo, los cuatro. Llegaríamos con suficiente tiempo para dar nuestras condolencias a Marifé y asistir a la misa de corpore in sepulto, en cuya eucaristía participó nuestro compañero Diego. Tras la misa a la que asistió lo más granado de la intelectualidad extremeña de la provincia, la comitiva partió hacia Badajoz donde Luis quería ser enterrado junto a su madre María, a la que adoraba. Y una vez rezadas las oraciones y la lectura de un poema prestado de Luis a cargo del presidente del Hogar Extremeño, regresamos hasta la ciudad en la que los cuatro residíamos. Habíamos dejado allí a uno de los nuestros; uno de los más queridos.
Este dolor, la muerte de Lencero, daría lugar a que dos meses más tarde, el 9 de agosto, fecha de su nacimiento, fundásemos la Asociación Cultural “Luis Álvarez Lencero” en la localidad pacense de Magacela, dentro de su reconocido dolmen, donde yo mismo leí unos esbozos de Estatutos que había redactado con anterioridad. A dicha reunión asistimos un alto número de amigos del finado y enviamos unas notas al diario HOY dando cuenta del acto. Entre los asistentes, no estaría presente ninguno de los tres compañeros que me habían acompañado dos meses antes al entierro. Un mes después, en septiembre, en el Hogar Extremeño de Madrid, quisimos honrar de nuevo a Luis con otro acto cultural entre sus amigos. Allí era nuestra intención presentar la Asociación que llevara su nombre para la posteridad y de este modo enaltecer su recuerdo artístico y humano al tiempo de la propagación de la cultura extremeña; pero ante las dudas y peros de su viuda, optamos por mantenernos en la misma posición alcanzando, eso sí, el fomento de la cultura extremeña en total; yo mismo entonces propuse que todo seguiría igual, salvo que el nombre de Asociación Cultural Extremeña “Luis Álvarez Lencero”, pasaría a llamarse en adelante Asociación Cultural Extremeña “Beturia”. Así se acordó por los presentes. No obstante, tendrían que pasar varios años, hasta 1987, para llevar a efecto oficialmente dicha fundación. El futuro de la Asociación y de Beturia Ediciones más tarde sería prolijo en actos culturales y en publicaciones, hasta ir dejando su sello en el tiempo con una gran labor cultural incuestionable. Pero este tema daría pie a la publicación de un libro entero.
Los nombres de Juan Pedro Vera Camacho y Luis Álvarez Lencero dieron ocasión a una labor digna de análisis desinteresado de cuanto ha transcurrido desde entonces. Pienso, sin duda, que es digno de sincero reconocimiento.
ALEJANDRO GARCÍA GALÁN.
Madrid, 23 de Enero de 2021.
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